Ya no hay foto de Cancún

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(Crónica)


Aun la noche dominaba la costa de La Guaira cuando nos trasladan a los viajeros alojados en un hotel cercano al aeropuerto internacional Simón Bolívar conocido más comúnmente como Maiquetía por la parroquia donde se asienta en el estado costero, gradualmente los pasajeros desde diferentes medios de transporte llegan a la entrada principal para iniciar los diferentes controles requeridos para consumar la llegada a su destino, en mi caso se trató de Ciudad de México con una escala inicial en Cancún, azaroso encuentro de personas queriendo ir a diversas partes del mundo y funcionarios dedicados a que sea con orden en apariencia bajo las leyes de migración existentes, juzgué el lector su laboriosidad y las decisiones que recaen sobre decenas de personas que dan rostro en este texto al drama de un país diseminado por el hemisferio Occidental al menos.

En la entrada principal antes de atravesar una cabina que emana un vapor blanco para una desinfección general es necesario mostrar el comprobante de la prueba de Reacción en Cadenas de la Polimerasa (PCR sigla en inglés) para la detección del Covid-19 hecha a mas tardar las 48 horas anteriores, mientras te envuelve el vapor el equipaje es rociado y recibe una etiqueta que avala el control de bioseguridad. El vibrante tapiz de brillantes azulejos tapiza un gran corredor de un extremo a otro el suelo del edificio hecho de concreto, iluminado por su colorido la obra cinética “Cromointerferencia de color aditivo” del artista Carlos Cruz Diez emana sinuosidad bajo maletas que se acumulan en filas irregulares y contrastan con el taciturno pulso de los siguientes pasos.


Lentamente empleados de las aerolíneas se alinean con miembros de la seguridad pública para iniciar el chequeo, cada pasaporte y boleto de viajes es cotejado en una lista, preguntan el lugar de destino y confirman portar los requisitos mínimos exigidos, a unos pasos los militares preguntan lo mismo y aleatoriamente envían algunos pasajeros a una revisión directa del equipaje. Tras la espera de mi turno la agente encargada constata la presencia de ropa. Continúo el proceso de cheqeo donde entregó la maleta y vuelvo junto con otras personas para un proceso automatizado de escaneo de los equipajes y personas incluso para empleados de las empresas que allí prestan sus servicios y personal del aeropuerto.


Guiados por otro militar el equipaje de mano, todos los accesorios que se porten y los objetos en los bolsillos son escaneados y a un extremo otra cabina es para radiografías individuales. Luego nos devuelven a cada uno pasaporte y boleto para su verificación por personal de migración antes de proceder al sello de salida, cuando el sol ilumina la pista con aviones inmóviles tras el vidrio gigante, llegamos al área de embarque para esperar el inminente abordaje, un despegue más del principal puerto del país con destino a Cancún.

El aire cálido cuando roza el rostro al salir del avión delata el entorno caribeño sobre el cual aterrizamos, un vehículo nos lleva hacia la zona de migración para algunos lograr sellar entrada y otros no, un funcionario nos orienta hacia la cola para ser atendidos desde unos cubículos, cuando llega mi turno a la distancia una de las funcionarias fija su mirada en mi, camino solicito y presento el pasaporte con la ficha de migración requerida en este momento que llegue días antes en línea y también es facilitada durante el vuelo por la aerolínea.


Me pregunta hacia donde me dirijo, el motivo de mi visita, el tiempo de estadía, mis respuestas encuentran reticencia, siento que me desnuda cuando me exige retirarme el tapaboca además de la gorra tras tanto meses de hábito inculcado en una sala concurrida sin indicaciones precisas de distanciamiento social que a muchos obligó a cambiar la mayoría de sus hábitos sociales. Bajo una sala impecable iluminada con luz blanca polarizada continúa las anotaciones de mis respuestas sobre cartas e invitaciones que presento mientras una cámara de video puesta discretamente la borde de su taquilla captura una nítida imagen de la conversación, ya sin oportunidad de agregar algún otro recurso soy dirigido a una segunda entrevista.


Camino a la segunda entrevista retiene además de mis documentos mi celular y me permite usar de nuevo el tapabocas camino a un recinto ubicado hacia un lado mientras uno de sus compañeros que pasa por un lado le comenta en tono despectivo si se trata de “otro de Avior”. En este espacio se concentran más funcionarios algo atareados y varios rostros cabizbajos esperando sobre cuellos y cuerpos agotados de resignación. Poco a poco cada uno es llamado por dos funcionarios en una mesa a la vista de todo e incluso de al menos dos cámaras frontales para la segunda entrevista, los motivos y argumentos de cada quien fueron fríamente escuchados, todos con el mismo resultado de inadmisión y un regreso inmediato a Venezuela en el mismo avión.


En mi caso considero respetable que cada uno de ellos como integrantes de las burocracias existente en cada país trabaje para hacer “cumplir las leyes de migración” como cualquier otra parte, incluso puede ser jocoso el sutil halo xenófobo que aflora y de manera embarazosa ya marca a las aerolíneas que aún transitan por Venezuela, pero negar con la carta de invitación en mano la evidencia de una manutención suficiente para cubrir mi estadía que pudieron confirmar tales funcionarios tras una breve llamada que se rehusaron también a hacer con los minutos suficientes para ello mientras estábamos allí sentados, tiempo suficiente para agregar el único argumento que me dejaron en ese punto: la palabra de quienes me esperaban.


Una llamada que resultaba dispendiosa a unos empleados públicos del gobierno mexicano en pleno horario laboral que con frecuencia se comunicaban entre ellos y por sus móviles en inglés, llamada que tal vez hubiera sido la diferencia entre continuar con los proyectos propuestos en Ciudad de México. En conclusión consideraron que no contaba con el soporte financiero suficiente para solventar mi estadía y me pidieron volver a mi asiento inicial. El apoyo militar mexicano ya esperaba en la entrada y otro funcionario me llama por mi pasaporte para pedirme la pestaña de mi boleto que registra mi equipaje, es imposible establecer una relación pero esa noche cuando conseguí resguardo luego del vuelo de regreso era evidente que las cosas fueron revisadas y en parte maltratadas al tratarse de objetos sin mayor interés como ropa usada y documentos y aclaró que no hay modo de confirmar en manos de quienes quedó así.


Hubo minutos suficientes para palpar entre las prendas y enseres de higiene personal, también una carpeta con certificados de mis estudios y trabajos para el proyecto por el cual iba pero no lo hubo para una llamada, con el agregado de advertir que no existió medidas de bioseguridad más allá del tapabocas, nunca hubo suministro de algún gel para limpiar la manos o atravesar un sistema de desinfección al tratarse de un espacio cerrado donde se concentró a un grupo de personas en un edifico destinado al tránsito frecuente de pasajeros.


La quincena de rechazados instados ahora a concentrarnos afuera de esta oficina le preguntan a los funcionarios que nos acompañan los motivos de esta decisión con una respuesta esencialmente reducida a sostenerse bajo las leyes de migración y esperar al menos 90 días si se proponen otro viaje a México, a los minutos somos escoltados de regreso al avión por funcionarios de migración y de la guardia nacional, al momento de abordar fue entregado el celular a cada quien mientras entrabamos pero la bolsa con los pasaportes el personal de la aerolínea tenía la responsabilidad de llevarlos ante migración de Venezuela. Sobre estáticas aguas caribeñas arropadas por nubes en ciertos momentos se diluían proyectos y sueños que esta alta barrera no lograron superar, consecuencia infausta del aumento en el número de tráfico de personas con nacionalidad venezolana hacia los Estados Unidos pero principalmente empujados por las condiciones de vida en Venezuela.


Al arribo un funcionario de migración nos reúne para el chequeo sanitario inicial de la prueba covid-19 para al menos quienes no la han hecho aún, luego procedemos al sello en entrada al país con la devolución finalmente del pasaporte para ir a las bandas a esperar cada quien sus pertenencias, en los breves instantes que el grupo rompía el silencio las expresiones de desconcierto y frustración irrumpían, en mi cuota de fatiga sólo logre interesar a alguien sobre la necesidad expresar cualquier inconformidad ante la Comisión Nacional de Derechos Humanos de México en línea y algún otro dijo tomar nota mental del enlace atenciónciudadana.cndh.org.mx.


Caer al final en el punto de inicio con el estomago vacío y la incertidumbre de estar en un sitio poco conocido para pasar la noche que espero se haya aminorado desde que cada quien pudo comunicarse con quienes los esperaban y también de quienes ya se habían despedido. Los consejos de cómo superar esta situación los tuve desde el asiento vecino aunque aturdido las palabras con dificultad tienen asidero y de las redes sociales que uso más habitualmente. En la salida de un aeropuerto que ya termina una jornada más de trabajo localizo un amable sitio para pasar la noche en la cálida costa central.

Sujetos migrantes rechazados que en su mayoría vi salir a pie en grupo por el paso peatonal del aeropuerto enclavado en un área que guarda cierta distancia a las zonas residenciales más próximas y que finalmente se difuminaron en la oscuridad, les deseo lo mejor como a mi antes tantos mensajes recibidos de preocupación por mis pasos y porque en breve logre bañarme y dormir pagado con mi dinero. Estos párrafos surgen para sellar esta situación fraguada de aspiraciones profesionales ya suspendidas y continuar con vida y trabajo en Venezuela, este intento de incorporarse a la globalización no tuvo el desenlace buscado pero probablemente si fue el necesario para un ermitaño de montaña consecuente con la pandemia que viene a palpar los reveses del contexto disruptivo y las secuelas de la configuración sociopolítica actual del país, los trastorno en camino del mundo por el Cambio Climático y una dinámica migratoria venezolano incontenible próxima a convertirse en la más numerosa del mundo y un problema hemisférico.

Jhonny Márquez

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