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Anderson Jaimes antropólogo y filosofo tachirense nos insta a repensar y reformular la narrativa en torno a aquellos lugares, que a través del tiempo han sido considerados como «malditos» por el imaginario colectivo, a través del discurso generado por los nuevos pobladores procedentes de otras culturas, tradiciones o espacios temporales, propiciado también por creencias, costumbres o juicios distintos que de algún modo relegan o excluyen la visión o punto de vista del otro, de los pueblos originales o los pobladores originarios, para adaptarlos a su propia visión.
Estos lugares, según indica, son en realidad lugares de encuentro entre el presente y el pasado “cada comunidad, cada grupo humano tiene sus particularidades, tienen una forma muy distinta de entender la vida”
Asimismo, pone énfasis especial en lo que hoy se conoce como patrimonio natural, definiéndolo como la relación que existe entre la naturaleza y algunas comunidades, “Son los lugares, paisajes o sitios de batalla que además de sus relevantes valores científicos, medioambientales o su belleza, están relacionados con las manifestaciones culturales de las comunidades, es decir, son lugares donde la comunidad guarda una memoria”
Con el paso del tiempo, muchos de estos lugares en un principio considerados como paraísos o sitios de esplendor y bonanza, han sufrido una suerte de caída o decadencia, resemantizándose en el imaginario colectivo como “lugares malditos” y adquiriendo un sentido de incomprensión o negación. Algo similar sucedió en lugares donde alguna vez se libraron batallas o acontecieron sucesos con cierta carga de dolor o violencia y que pudieron haber dejado una especie de secuela o trauma. Como ejemplo trae a colación la batalla del Topón en la entrada de Colon, San Pedro del Rio, donde la mayoría de los pobladores “no va ni de día”, El Puente de la Soledad entre Palo Grande y Las Minas, en cuya parte de abajo hay un sitio donde la gente cada vez que pasa le tira una piedrita a la capilla y pasa.
Una tercera categoría de estos espacios es representada en aquella que tiene que ver con los pueblos originarios o con pobladores que ya no existen, como los cementerios indígenas, o las piedras donde se dice que aparecen los indios, los duendes o que espantan, o las piedras que tienen poderes como la piedra que está en Begones, la que está cerca de Pregonero, la aldea la Pedregosa en Seboruco que si usted se aproxima y no tiene una contra puede ser objeto de una maldición como volverse loco.” Asimismo lugares que poseyeron un carácter inicialmente considerado sagrado o mítico para los pueblos originarios, fueron dotados de un nuevo sentido por los conquistadores otorgándoles un atributo ligado al cristianismo como parte del esfuerzo evangelizador distorsionando su significado original.
Para finalizar Anderson propone que “estos lugares deben ser considerados como puertas o umbrales invaluables al pasado para descubrir y dialogar con otros que tenían otra forma de ver el mundo, involucrando su sentido de autenticidad, sin prejuicios con elementos que nos brinden luz sobre sus maneras de ver el mundo, y nos ayuden a descubrir sus historias e intentar comprender su visión.”
Citando al profesor Martin Barbero: “Las pequeñas historias hablan a su modo, de la historia que no se deja contar en los discursos oficiales, la de los mestizajes narrativos con base en los cuales la memoria de las comunidades se incorpora a la contemporánea reinventando identidades y socializándolas. Son espacios de imaginación donde se mezcla el presente con el pasado, son una puerta que se nos presenta a los investigadores o gente sensible, que se nos abre para valorar la carga simbólica de estos espacios, de los pueblos originarios de otras poblaciones o de otras narraciones que alrededor de este espacio tienen otras sabidurías, tienen otras lógicas, otras explicaciones que el discurso occidental ha silenciado. Una puerta para reconocer y valorar formas distintas de conocer y comprender el mundo.”
Anderson Jaimes plantea que hay que mirar a “estos umbrales como puertas, no de diferenciación, ni de conflicto, sino como puertas para el entendimiento, para darnos cuenta de que existen otras lógicas y que son también puertas abiertas para traer del pasado al presente otras lecturas de la historia, otras lecturas del mundo, otros sentidos de esto que llamamos vida y que occidente no nos ha enseñado todavía a comprender” Al final sentencia: “Ojalá que no nos agarre la noche de la incomprensión y si la mañana del reconocimiento de estos pueblos con la dignidad y el respeto que se merecen”.
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