de Osvaldo Barreto (Oscuraldo)
Se interrogaban aquellos hombres acerca de esa materia simuladora de lo inerte. Sobre su calor macerado en oscuro matraz de alquimista. Pero un Rembrandt que ya atisbaba las bondades del claroscuro abrió a la luz la paleta del creador.
La piedra estaba allí ¿al principio?
Y los hombres indagaban… ¡Bulle su cuerpo fractalizado!
Ese objeto “solitario” que yace en la tela ¿incrustado?, nos remite al cosmos, a la alquimia, al personaje bíblico, a la dureza que el río redondea. A todo lo pétreo, y a su ausencia. Fragmentos.
Reconstrucción de las edades. Primeros signos inscriptos. Pulverización de todas las hechuras de lo bello. Desde donde se construye una estética que se adentra en este movedizo territorio: inframundo.
Espacio donde la palabra no acudió a nombrar su referente, y la imagen sí se atreve a transfigurarlo desde la incógnita del símbolo, desechando así, toda posibilidad especular. De esta manera, lo innombrable se corporeiza en una propuesta que indaga en nuestros abismos ¿Nos interroga?
Es un distanciamiento incómodo ¿Cómo decir “me gusta” “no me gusta”? Algún sentido habrá de irse configurando.
Sentido provisional, huidizo…
Aquellos hombres, arrastrados por su paradójico deseo ¿se adentrarían en las tinieblas sin imaginar siquiera la posibilidad de la luz?
Sus viajes, los obstáculos que los distanciaban cada vez más ¿fracturarían su inocencia? al ser arrojados a la nocturnidad de aquel abismo insalvable, donde a la par de morir se goza el dulce y fuerte sabor de la fresa.
Rosa Castillo
San Cristóbal, marzo, 2024